17 jun 2009

Entrevista inédita a Fernando Peña

por Enzo Maqueira

En 2006, los creadores de la revista Lea planificaron una revista de humor que nunca pudo traspasar la barrera del cuarto número. Para el número cinco estaba programada una entrevista con Fernando Peña, quien recientemente acaba de fallecer en Buenos Aires. El siguiente es el texto completo de la entrevista que nunca salió publicada.

Un sábado a las 11 de la mañana no es un horario en que uno esperaría entrevistar a Fernando Peña. Tampoco para él parece moneda corriente: cuando llego a su casa, todavía duerme y la señora que me recibe me invita a esperarlo. Lo primero que me llama la atención son los sillones, porque son todos distintos pero mantienen una armonía imposible. También me llama la atención el Yorkshire que deambula por la casa y se obstina en olerme la entrepierna. Es igual al perrito que tenía Susana Giménez, pero se me ocurre que éste debe divertirse bastante más que el malogrado Jazmín. Mientras espero, pienso que ésta – y no otra – es una buena casa para pasar la eternidad. Es que afuera, en el patio, el sol tiñe de aroma a café con leche una mañana helada; otros dos perros ladran y dan vueltas alrededor de la pileta; una radio que pasa hits del momento acompaña el canto de una veintena de canarios que Fernando Peña tiene en la cocina. “Ya lo desperté”, me dice la señora que me abrió la puerta, y después sigue con sus tareas con una tranquilidad que, una vez más, me hacen sentir ganas de quedarme a vivir ahí mismo, sentado, esperando que baje Peña.
Pero entonces un estruendo sacude la mañana. Alguien, arriba, abre y cierra con fuerza las puertas de un armario. También se escuchan pasos, y están agitados. Empiezo a preocuparme. Imagino que el hombre capaz de desnudarse frente a su público y pasarle la pija por la cara a una señora, puede estar poco contento de mi intromisión en su casa, a media mañana, mientras él dormía. Sin embargo algo me alivia: también de arriba llegan unos tangos que se suceden unos tras otros. Parece que Peña se levantó, se bañó y seguramente se está vistiendo. Y todo lo hizo escuchando tangos.

Un paseo por Martínez

“Ya estoy”, dice Fernando apenas aparece en el living. Entonces se acerca, sonríe, me saluda con un beso. Me dice que vamos a desayunar, así que agarro mi campera y salgo con Fernando Peña por las calles de Martínez. No estamos solos: nos acompañan el caniche Mona y otros dos perros un poco más grandes, negros y blancos, que siguen al pie de la letra las indicaciones que les da. “Un, dos, tres”, dice Peña y los perros cruzan la calle. “Paren”, ordena y los tres se detienen. Así continuamos nuestro camino, rumbo a una confitería del centro. No somos un cortejo que pase desapercibido: Peña lleva puesto un poncho, sus lentes de sol y su descomunal tamaño; yo avanzo tropezándome con todo, atento al grabador, a los perros (no quiero pisar a ninguno) y esas calles que nunca antes había recorrido; los perros van y vienen, haciendo de las suyas. Parece que viniéramos de otro lado. O que estuviéramos representando una obra de teatro. Somos cualquier cosa, menos lo que los vecinos de Martínez esperarían de sus callecitas.

¿Cómo vive una persona como vos en un lugar así?

Soy una antítesis. Me gusta la geografía de este lugar y, en realidad, a mí no me gusta la gente de ningún lugar. Tengo un desprecio atroz por el ser humano. Acá son un poco más mierdas que en San Telmo o en Villa Urquiza, pero es lo mismo. La gente de Villa Urquiza tiene una mierda que me jode muchísimo más que las de Martínez. La doña de clase media baja, en ciertos puntos, me jode más que la doña de clase media alta. Porque es amargada por ignorancia. Me rechaza por ignorancia. La de Martínez me rechaza porque tiene firmes convicciones de que es capitalista, nazi y le gustan los militares. Lo tiene claro y sabe por qué. La otra lo dice porque lo escucha en la radio. Dicen “Por Dios”, viste. Y si rascás un poquito te das cuenta que no sabe más que eso: “Por Dios, por Dios”. Es la gente que escucha Radio10, la gente que es dominada por la masa.
En Martínez son ignorantes, pero menos que esa gente. En todos los ámbitos estamos en una sociedad vacía, llena de nada. Y no me refiero a si la gente lee mucho o poco, si tiene la Salvat en un disco rígido en la cabeza. Las pasiones no están a flor de piel, entonces la gente es vulnerable a que la botes como un barco, a que la hundes, la desvíes de su rumbo. ¿Por qué es católica la gente? Tienen un 70 por ciento de bagaje adquirido, que ni siquiera tuvieron la inquietud o el coraje para detenerse un poco y preguntar si están de acuerdo o no con ese conocimiento. Hay esa idealización de padre y madre que ni se cuestiona. Si lo dice papá y mamá, está bien. Y eso destruye a las sociedades.

Hay mucha hipocresía

No pasa por la hipocresía. Es algo que ellos mismos no saben qué es. La hipocresía requiere de talento. Esto es más automático. En la iglesia te dicen que tenés que ayudar al prójimo, pero ellos salen y se olvidan. Eso es para repetir como loros en la iglesia. Sobre todo hay una falta de atención de la gente: no prestan atención a cómo están viviendo, para qué ni cuándo. Por ejemplo, ahora son las 11 y media de la mañana y yo seguramente me tomaré una cerveza, o un té. Pero la gente dice: “¿A esta hora?”. Yo no tomo las cosas por hora, no como las cosas por hora; yo me fijo qué me pasa en mi estómago. Eso quiere decir que la gente tiene falta de atención al individuo, a las voluntades, al ser. Todo está atado a las reglas. Cuando tenés dos días de frío y de pronto el lunes hacen 26 grados, la gente sigue abrigada…

Pero si todos hicieran las cosas que quieren, tu carrera no tendría sentido.

No hablo de profesiones, hablo de alma. Quiero al arquitecto, quiero al cura, quiero a la monja. Yo no pido un mundo lleno de drogadictos y actores. Respeto al cura y a la monja, pero quiero que lleven adelante su vida con pasión, que presten atención al camino que eligieron. No quiero un padre Grassi, o una monja tortillera reprimida que está todo el tiempo pensando en pendejitas. Ahí te equivocaste, como se equivoca la gente conmigo. Esto está bueno que lo pongas.
Yo no soy un rebelde al pedo, no quiero que todo el mundo sea como yo. Quiero que la gente esté convencida de lo que está haciendo, que me entienda bien y que entienda bien a todo el mundo. Si no me quieren, que sepan por qué. Soy anarquista y no reconozco ninguna autoridad, ni siquiera la mía. Creo en un mundo libre y lleno de amor. Mi mensaje es un poco budista, pero estoy convencido. Probé todas, y me di cuenta que el amor y la sinceridad me llevó a mis logros más grandes.

Volviendo a la religión, es como cuando un católico llora porque se murió un familiar… Pero, ¿cómo? ¿no era que iba a un mundo mejor?

La muerte no la conoce nadie. Ahí sí es cuestión de convicciones. Si vos leíste, pensaste y elaboraste y llegaste a la conclusión de que la muerte es terminal y es una pared que se acabó, te lo respeto. Entonces te respeto que llores al ser muerto. Pero te lo respeto si lo investigaste, si lo leíste y lo reflexionaste. No porque una abuela tana tuya te dijo: “¡Se murió, e’así!”.

Alguna vez dijiste que querías que la muerte fuera una nada. Un telón negro y nada más. ¿Seguís pensando lo mismo?

Quisiera que fuera eso, pero lamentablemente parece que vamos a estar todos de blanco y sin poder tomar nada, ni siquiera café. Y encima con nuestra familia.

Y no se debe poder coger…

Creo que no. Vamos a estar todos caminando mirándonos al pedo, hablando las mismas boludeces que ahora.

¿Tenías angustias con la muerte cuando eras chico?

Sí, como todo el mundo. Pero tuve una gran ventaja: mi mamá es enfermera…


Fernando me está a punto de responder cuando alguien, en la calle, hace sonar la bocina de su auto con molesta insistencia. Es que ya dejamos atrás las callecitas arboladas en donde comenzó nuestro paseo. Ahora nos acercamos a una avenida y el humor de Peña se altera. No es para menos. La bocina suena a atropello en una mañana como ésa.

"Me ponen muy mal las bocinas – dice Fernando y comprendo que ya no vamos a hablar de la muerte - Pero yo voy más allá. No escucho la bocina solamente. Ese hombre toca la bocina porque está histérico, porque no está conforme, porque se caga en los demás. Ahí viene mi odio a ese tipo. Pero la gente ve nada más la bocina, el ruido. Y no es sólo eso. Lo mismo pasa en otros aspectos conmigo. La gente ve nada más la primera cascarita y ahí viene el malentendimiento, el repudio de algunos. O el amor de otros también. Estoy seguro que si algunos que me quieren me conocieran realmente bien, me odiarían. Pero yo estoy convencido de que mi mensaje pocas veces se entiende".

¿Vos tenés intención de dejar un mensaje, o simplemente vivís?

Cuando estoy en una entrevista con vos, soy yo. Pero cuando entramos en mi arte, que yo lo llamo arte totalmente convencido, ahí ya no te explico qué es verdad y qué es mentira. Y entonces pueden decir cosas mis personajes o puede decir cosas Peña artista, que no es el mismo que está hablando con vos. En este momento no estoy ejerciendo de artista, soy ciudadano y me tengo que comportar como tal. No me gusta esa cosa de comportarme como artista.

Sin embargo la gente parece esperar eso de vos siempre. De hecho, yo creo que se extrañan que no estés caminando por la calle en pelotas.

Eso es lo de menos. Ya no creo en la frase “andar en pelotas”. Creo en el desnudo. Ese es el mote descalificativo que la sociedad le pone por el miedo al desnudo. Es como cuando las abuelas decían “vas a hacer la chanchada”. Son motes que la gente pone porque no asumen sus cuerpos. No soy de los que creen que el desnudo es hermoso. Es. Es lo más “nosotros” que hay. Pero el ser humano reprime desde el principio. ¿Cómo va a reprimir su cuerpo? ¿No son los órganos que supuestamente te dio “Dios”? Yo no creo en eso, pero si vos crees en “DIOS” que supuestamente te dio ese pito, esa concha, esas tetas, ese culo… ¿cómo no los vas a mostrar y vivir alegremente? O, por lo menos, naturalmente. Hay una contradicción que parte de la falta de reflexión de la masa. Porque si yo le digo esto mismo a cualquier ser humano con dos dedos de materia gris, dice “¡Claro! ¿Por qué yo reniego de algo que me dio Dios, que es mi papá que yo quiero y amo con devoción? ¿Por qué reniego de todo esto que me dio esta persona a la cual yo admiro? ¡Epa! ¿Qué pasa acá?” Pero no hacen esa reflexión, entonces son personas que viven regidos por un contrasentido todo el tiempo. Eso es lo que hace la agresión, la irritabilidad, el no entender las cosas, el prejuicio… Mucha gente, en estos momentos, está pasando por acá y se escandaliza porque tengo puesto un poncho…

¿Por qué crees que no pueden salir de eso?

Muchos quieren y no pueden. Muchos no quieren ni saben que hay una posibilidad de salir. Para ellos ya están salidos, no se creen atrapados. Yo tengo un personaje que se llama María José Álvarez de Uriburu, una paquetona que vive en esta zona. Es muy gracioso como empieza ese personaje, pero el final cambia, como todo lo mío. Uso el humor para después matarte con un puñal, para darte el regalo final que es la tragedia. Me cojo a la gente y, para cogérmela, primero la tengo que dilatar y relajar. Para eso uso el humor; cuando ya estás entregado, ¡pum!, te la mando. Este personaje es muy gracioso y tiene sus vueltas de humor muy bien cerradas. Funciona perfecto, casi como un chiste. Hasta tiene una risa de gallina. Cuando la gente ya está relajada empiezo con la otra cara de María José. No te puedo explicar el silencio del público cuando empieza esa otra cara. Además, mi público ahora cambió. Ahora viene alguna mujer paquetona, algún tipo de clase media alta. Vienen por los hijos. Saben que sus hijos se levantan todas las mañanas conmigo y quieren saber qué tengo para decir. Antes mi público eran chicos y chicas de hasta treinta años. Ahora vienen algunos de ésos, pero la mayoría son tipos de cincuenta, sesenta años. Esas personas quedan con el cerebro preocupado cuando María José empieza un discurso sobre la represión y dice una frase que es: “Yo no he sido educada para pensar. No he sido educada para ser feliz. He sido educada para mantener una familia, amar a mi marido y amarme a mí. Punto”. Ella se da cuenta de esto a los cincuenta y siete años, con un revolver en la mano e impecablemente vestida. Ahí está esa gente que quiere, pero no puede. ¿Sabés cuál es la reflexión del tipo que me fue a ver ayer al espectáculo? “Qué bueno el show, ¿eh?”. Ni siquiera se atreven a decir "espectáculo", "manifestación" u "obra". Dicen “show” y ya lo descalifican un toque. “Qué divertido el personaje de María José, pero qué duro al final…” Eso es todo. No hay una reflexión profunda.

Té con cerveza y maní

Estamos algo agitados cuando llegamos a la confitería. A esa hora y a pesar del sol que da de lleno sobre la vereda, la temperatura no debe superar los diez grados. Pero Fernando quiere disfrutar de la mañana, así que nos sentamos en una mesa de la vereda. Somos los únicos, claro. Fernando, quien escribe esta entrevista, el caniche gris que se esconde bajo el poncho de su dueño, y los dos perros que se recuestan bajo la mesa. Hace frío y pido un té. Fernando también, pero de frutos rojos. Y también se pide una cerveza. Helada.

¿Vos crees que tu público se da cuenta de que son ellos los que están reflejados en un personaje así?

Se dan cuenta en esos cuatro segundos. Y se quieren matar. Pero como yo siempre termino con un chiste, usan eso para olvidarse.

¿Entonces por qué seguís usando el chiste?

Porque soy humorista. Sino sería Norma Aleandro, o Alfredo Alcón. No me tomo nada en serio. Esa es la base de mi pensamiento y de mi ser. Todo esto es un chiste. ¿Cómo puede ser verdad que estemos tomando el desayuno en una mesa, en la vereda? Tendríamos que estar cazando otros hombres y comiéndolos vivos. Esa es la verdadera sociedad, cuidarse del otro que te va a matar. Pero no con cuatro balas porque fue educado en un colegio paquete de Belgrano. Esa es la vida para mí. ¿Qué me hablan de evolución? ¿Es evolución estar sentados como dos pelotudos en esta mesa? Evolución sería andar con harapos en el río, vos chupándome la pija, yo también a vos, cogiéndonos a aquella vieja y comiendo perros. Y no planteándonos si hay homosexualidad, si hay lesbianismo, si hay una cosa o la otra. El exceso de intelectualidad llevó a una involución.

¿Cómo conviven personajes tan disímiles adentro tuyo?

Tengo de todos un poco. No reniego de ninguna de mis partes. Y con la que menos cómodo estoy es con la de Reboira Lynch. Por eso lo hago horrible. Una cosa es qué personaje le divierte a la gente. Puede ser que Riboira sea el más escuchado, pero si a la gente le preguntás cuál es mejor persona, salen La Mega, Sabino o Milagros López. Por eso a Riboira lo tiño de mierda. Ese modelo es una mierda: es oligarca al pedo, muy desinformado… Tiene la información que le dio un buen colegio, pero pocos tienen curiosidad. Pocos tienen el bichito de la curiosidad para seguir investigando. Se quedan con lo que tienen y eso es lo que hace a la ignorancia. Estamos entrando en un siglo vacío, que abarca todo. Antes la clase media baja era mucho más informada e inquieta. Era más curiosa, y el saber parte de la curiosidad y no de la cultura. Los chicos de clase baja sabían lustrar un zapato. Hoy los chicos pobres saben oler la pasta. Cambiaron los códigos. Es un cambio social que se debe al correr del tiempo, ni siquiera a su evolución. No hay nada que hacer. El mundo se va a la mierda.

¿Tenés realmente esa sensación de que el mundo se va a la mierda?

Sí, claro, por eso escribí Mugre. Tampoco es mi intención salvarlo; lo acepto como es. No lo digo con nostalgia. Hay un cambio al cual no le prestamos atención. Hubo un cambio hace dos segundos, o cuando veníamos caminando y nos sentamos en esta mesa. Pero no le prestamos atención a ese tiempito. Ni tampoco estamos atentos a que la muerte puede venir ahora. Nunca le prestamos atención a eso. Siempre le pasa a Axel Blumberg, al chico que se murió en Belgrano o a Matías Bragagnolo. Pero nunca sos vos el protagonista de que el techo te caiga encima.

Y cuando te toca, aparecen reacciones como las de Juan Carlos Blumberg…

Blumberg me parece un tipo que nunca tuvo nada y le vino muy bien la muerte del hijo. Empezó a ser alguien. Un ingeniero no es nadie. Un ingeniero es un tipo desapasionado, reprimido, que estudia ingeniería por una represión. Ese hombre nunca nombró a la mujer: dice “mi esposa”. Un día lo nombró al abuelo de Axel y dijo: “Porque este señor, el papá de mi mujer…” Es un machista, hueco, ladrillo, desapasionado. El hombre que es así, miedoso y machista a muerte, que no se anima ni siquiera a usar una bufanda, estudia ingeniería. Se refugia en esa cosa de números. El tipo empezó a ser una persona a partir de la muerte de su hijo. El tipo era un número. Y la vida lo dio vuelta.


De pronto, una señora de Martínez se detiene frente a nosotros. Tiene un caniche, pero blanco. La señora dice que siempre veía al caniche de Fernando por la tele. “¿El tuyo es macho o hembra?”, pregunta Peña. “Macho, y todavía no debutó”, dice ella. Entonces Fernando le propone que los dos caniches tengan cría. La señora acepta, entusiasmada. Después desaparece con su caniche blanco a cuestas.

A vos te tocó una jodida…

La primera vez que me enteré, en el año 89, que mi pareja tenía HIV, estuve cuatro meses sin dormir. Fueron cuatro meses de angustia total, pero después lo superé. Hay que gente que no lo puede superar ni en cuatro años, que no lo supera nunca.
¿Ves? (señala hacia la confitería: un hombre bastante mayor da vuelta la cara) La mirada de la gente me molesta mucho, la mirada de ese pelado pelotudo. Debe ser un puto reprimido, y debe ser un hombre gris. Un gris reprimido: pelado, boludo, jorobado. Yo me doy cuenta enseguida cuando la gente tiene una represión de su vocación. No solamente en dónde mete el pito, sino de su vocación. Va la mujer adelante, él atrás… ¡un huevón! Eso sí me molesta. Tengo ganas de decirle que es un huevón.

¿Sos de hacer esas cosas?

Cuando estoy en un día malo, sí. Estoy en mi mesa; él no tiene por qué estar dándose vuelta a cada rato para mirarme.

¿Pero lo hacés desde el actor o desde el ciudadano?

Desde el ciudadano, desde todo. Ahí ya sale la fiera. “¿Qué mirás, boludo de mierda?”. Y no me contestan. Y eso me da más bronca todavía.

¿Y si te contesta qué pasa?

¡Le sigo la pelea! Y ahí vamos a la evolución. Eso es evolución: ser coherente. Me miraste, te puteo. Te jode que te putee, tirame la tetera. Me jode la tetera, te tiro la mesa. Y así vamos a llegar a algún lado. Esa situación tiene un inicio, un desarrollo y un final. Pero si nos quedamos en “te miro, me mirás”, no vamos a ningún lado. Yo me saqué la bosta, pero ese hombre va generando un Barreda, un puto reprimido que mata a toda la familia, porque no tiene muchas más salidas.

¿En qué momento se equivoca la gente cuando elige lo que quiere para su vida?

No es equivocación, es cobardía. La equivocación y la hipocresía son beneficios, te muestran que están vivo. Ellos no se equivocan, están entumecidos. Pero ni siquiera están dormidos, porque dormir es un placer. Están anestesiados. No les cabe la inquietud. Generalmente son generaciones que vienen desde hace años, todas muy autoritarias. “No se come viendo televisión”. Eso es una pelotudez. Lo más maravilloso del mundo es comer viendo televisión y en familia, así comentás y sale el diálogo. Si hay una buena película o un buen programa, ¿por qué no lo vas a comentar con tus amigos, con tus hijos o con tu pareja? La gente no piensa. Cree que cultura es comer con la televisión apagada.
Tampoco se hacen diferencias. La televisión tiene cosas muy malas y cosas excelentes. Pero la gente mete todo en la bolsa. “Todos los curas son hijos de puta”. No, todos no. “Todos los putos son degenerados”. No, todos no. “La televisión es basura”. No, toda no. Eso es falta de inteligencia, de razonamiento, de cultivo, de leer, de respeto a uno mismo, de discriminar. Falta discriminación.


Como si nunca se hubiera ido, la señora bien del caniche blanco está otra vez frente a nuestra mesa. Sostiene a su perro por las patas de adelante: “Me olvidé de decirte – dice - Él tiene un problemita… tiene un solo testículo”. Entonces Peña le aconseja que vaya a ver al veterinario de la otra cuadra. La señora obedece.
"Eso es un personaje – me dice mientras la vemos alejarse una vez más - La gente siempre me pregunta cómo hago los personajes. Bueno, con ese remate. Si la señora se hubiera ido, no nace un personaje. Pero ella volvió. Ahí nace el personaje, que en este caso ya lo tengo y es Elisa Rufino. Personajes no somos todos. El sobre remate te da el personaje".

¿No somos todos personajes?

No. Hay personas lisas y llanas. La mayoría es así. De estos personajes hay muchos menos. En una manzana debe haber tres personajes, pero tenés sesenta personas.

¿Y el liso y llano no tiene un costado oscuro?

Sí, pero no da para personaje. Puede ser el argumento para un guión. El personaje tiene que ser gracioso, entrador. Tiene que tener una tinta clara. Esta mujer tiene una tinta clara. Las que están sentadas ahí, están tomando el té y punto; tienen un peinado correcto, están peinadas en forma correcta… Pero esta mujer es un personaje; ¿cómo me va a venir con el perrito alzado para mostrarme el huevito? Eso la hace personaje. La gente está estática. No reacciona. La vez pasada me enojé en una panadería porque tardaban en atender y les dije que era mejor que hicieran las cosas de otra manera. Al rato vino un tipo y me dijo que estuve bien. “Estás muy mal”, le dije, “si vos pensás igual que yo y nunca hiciste nada, estás muy mal”. El tipo se quedó pensando.

¿Cómo se cambia esa falta de vida?

Esto no es una pintura. No es que echás más de un color y cambia. Esto es un proceso muy lento, que se hace con mucho esfuerzo. Hay que abrir las cabezas, hacerles entender por qué. No hay que decirles que la droga es mala, sino tratar de entender por qué se consume. ¿Porque hace olvidar la realidad? Entonces ésa es la reflexión: no importa si la droga es mala, importa que la gente quiere olvidar la realidad. Hay que hacer tantas preguntas... que no creo que haya ni tiempo ni capacidad intelectual social para lograrlo.

¿Vos te drogás para evadirte de la realidad?

Sí, claro. Y está bien evadirse. Es lo más maravilloso del mundo.

¿Las drogas te ayudaron a abrir la cabeza?

Por supuesto. Fue un aditivo.

¿Y hay alguna droga que te haya servido más para abrirte la cabeza?

La cocaína. Detesto el porro, me pone tarado, me parece que es una planta que me pone pelotudo. No me funciona, me pongo paranoico, balbuceo, me pone nervioso. Detesto a la gente con el humor del porro.

También le diste a la heroína. ¿Te sirvió de algo?

Sí, cuando era chico. Pero no me condujo a nada y es adictiva. La dejás por naturaleza. Las drogas que no dejás son las que te causan placer. Uno no deja una droga porque hacen mal al cuerpo; la deja porque te cae mal el viaje que te produce. Fumar cigarrillos es pésimo para el cuerpo, pero muy pocos se plantean dejar. No lo dejan porque no les produce un viaje malo. Uno deja las drogas que le producen angustia. Sino, nadie tomaría vino o pensaría como piensa. Eso hace pésimo: pensar y sentir, en este siglo, es muy nocivo. Pero nadie deja de hacerlo.


Una sombra se proyecta sobre la mesa. Es la señora del caniche, que vuelve. “Me dijo el veterinario que la cría puede salir con un solo testículo”, explica, algo afligida. “¿Y si es hembra? – replica Peña - ¿Nace con media concha?”. Entonces la señora se ríe. Y se va, por última vez.
¿Ves como mira ese hombre? – señala Fernando a otro señor que camina por la vereda de enfrente - Ese es un hombre gris. Esta señora, no. Puede no gustar de mí, pero no pasa inadvertida. Tiene vida, tiene color. Hay un desprecio mío hacia los hombres. El hombre me parece un personaje, por lo general, cómodo. El hombre es capaz de aceptar cualquier barbaridad por su comodidad. Si no le hinchás las pelotas, le das de comer, le das de coger, le das amigos y le das fútbol, ya está. No se plantea si la novia lo quiere mucho, más o menos”

¿La mujer es superior?

La mujer es una víbora. Se la pasa pensando, todo el tiempo. Es la que caza al hombre. Y la relación entre dos putos es un quilombo porque se cazan entre los dos, son dos arañas. El puto es una araña.

¿El puto es superior a hombres y mujeres?

No, pero es más práctico en ciertas cosas y sirve más. Y tampoco creo que la mujer sea superior al hombre, pero es más útil. El hombre es más práctico y le sirve menos. La mujer es menos práctica, pero le sirve más. Ellas se cuestionan todo, están todo el tiempo hablando; entre las mujeres están haciendo terapia constantemente. El hombre nunca habla de sus cosas personales. El hombre habla de fútbol, de minas, de las tetas, del barco, del asado, y dónde está el ají picante. O de negocios. Pero nunca vas a ver tres hombres hablando de su sensibilidad. Jamás. Les da vergüenza. Tiene que ser el amor de su vida y elige un amigo, pero no va a hablar en una mesa de seis. Llama a ese amigo para eso. Y lo llama cuando tiene un problema. Como si estar enamorado fuera siempre un quilombo.

Repentinamente, el sol nos abandona y el frío empieza a hacerse insoportable. Fernando pide la cuenta, les ordena a sus perros que se levanten, deja a Mona sobre la vereda y emprendemos el camino de regreso. Otra vez cruza las calles diciendo “Uno, dos, tres” para que sus perros sepan cuándo avanzar, cuándo esperar. Una señora se acerca y le dice que no va a dejar pasar la oportunidad de darle un beso. Fernando acepta, amable. Unos metros más adelante se detiene a conversar con un kiosquero.

Lo primero que me dijiste fue que despreciabas al género humano, pero te comunicás mucho con la gente.

Hay un cotidiano al cual me tengo que adaptar. Sino, no vivo. No puedo andar por la calle puteando.

Pero podrías no darle pelota a nadie.

Tengo momentos, me divierte hinchar las bolas con la gente. Hay días que salgo de mal humor y no tengo ganas. Pero aunque quiero a mis amigos, me parecen una mierda. Sé que en algún momento me van a cagar. Siempre. Y yo a ellos. Porque somos una mierda. La naturaleza del ser humano es una mierda. El fondo. Lo que pasa es que algunos tienen el fondo más cerca que otros. Hay gente que bajás dos escalones y ya te encontrás con ese infierno. Hay gente que te cuesta más. Hay tanta civilización que eso hace que el hombre sea un sorete. No pretendo que lleguemos a un extremo de que yo voy por la calle y tiro una piedra. Hablo de una sinceridad sin agredir al otro. Si no estoy de acuerdo con una persona, ni la miro. Pero la dejo vivir.

Va quedando atrás el centro de Martínez y nos acercamos al final. Por más que lo intento, no logro que me diga en qué radio está el programa de Milagros López, la cubana que pasa boleros y que resulta tan cálida como ese Fernando Peña que le dio vida. Hace rato que terminó la mañana y Fernando me despide con otro beso, me dice que le pase la entrevista, me recuerda que no deje de mandarle la revista cuando salga. Los tres perros ya desaparecieron detrás de la puerta. Lo último que veo es al caniche gris y el poncho que reluce bajo el sol del mediodía. “Chau, pibe”, me dice Fernando, antes de cerrar la puerta. Y se lo ve feliz. Por lo menos en ese momento, en esa mañana de invierno.